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Esta tarde del miércoles día 29 de marzo a las 21:00 horas en la Catedral de Albacete y con entrada libre, el coro de 5° y 6° curso de Enseñanzas Profesionales del CPM Tomás de Torrejón y Velasco, junto al coro Concentus Torrejón y Velasco y los alumnos de coro del Conservatorio Superior de Música de Castilla-La Mancha interpretarán, bajo la dirección de Pablo Marqués Mestre, el Réquiem Op.48 de Gabriel Fauré.

Como solistas actuarán la soprano Lucía Escribano, antigua alumna del Conservatorio y el barítono Giorgio Celenza. La directora del coro del Conservatorio Superior es Nuria Fernández y el director del coro del conservatorio Profesional, así como el Concentus “Torrejón y Velasco” es Juan Francisco Sanz. Ha sido imprescindible en las labores de aprendizaje de esta obra la labor de Sergio Alonso como profesor asistente del coro de enseñanzas profesionales y la de Elena Sarrión, profesora pianista acompañante de esta agrupación.

Este concierto forma parte de un proyecto de colaboración, fuertemente consolidado, entre el Conservatorio Superior de Música de Castilla-La Mancha y el CPM Tomás de Torrejón y Velasco, que nos permite abordar cada curso una obra del maravilloso repertorio sinfónico-coral que nos ofrece la historia de la música. Una experiencia que consideramos de enorme relevancia para nuestro alumnado.

Este Réquiem de Fauré estaba previsto en el curso 2019-20 y tuvo que ser suspendido por el confinamiento. A la propia motivación que supone participar en un proyecto de estas características se une, en esta ocasión el deseo de dar carpetazo a esa dura etapa de nuestra historia reciente. Será dedicado a la memoria de los fallecidos por la pandemia.

Maravillosa música bajo la siempre excelente dirección de Pablo Marqués, una oportunidad única para el público Albaceteño de disfrutar de este repertorio en directo. Este concierto forma parte de la V Semana de Música Sacra y cuenta con el apoyo del Cultural Albacete.

Gabriel Fauré se formó musicalmente en la Escuela Niedermeyer, donde fue alumno de composición, piano y órgano de Camille Saint-Saëns, con quien luego mantendría una íntima y larga amistad. Éste sería también su valedor para conseguir la cátedra de composición del Conservatorio Nacional.

Como consecuencia de sus cuarenta años de trabajo en centros eclesiásticos, Fauré compuso bastante música sacra, desde el Cántico de Jean Racine Op. 11 (1865) para coro y órgano, hasta el Tantum ergo para soprano, coro y órgano (1906). Todas sus composiciones religiosas fueron concebidas, pues, para el culto, con criterios funcionales y sin la menor pretensión estética más allá de la integridad profesional de Fauré. La única obra religiosa de Fauré compuesta sin fines litúrgicos y al margen de sus tareas laborales en templos católicos, y la única que forma parte del repertorio concertístico, fue el Réquiem, escrita bajo la fuerte impresión del contacto con la muerte (su padre falleció en 1886 y su madre en 1888). Una primera versión, para soprano, barítono, coro y órgano, escrita en 1887, se interpretó en la Madelaine en 1888; dos años después Fauré revisó la obra y, a la vista de que no podría hacerla interpretar, la guardó en un cajón. En 1898 Fauré viajó a Londres para dirigir el estreno de su Pelléas et Mélisande, allí conoció a Elgar, ambos músicos simpatizaron inmediatamente y sería el propio Elgar, católico practicante, quien le animó a orquestar el Réquiem para realizar su estreno en Londres. Fauré terminó la orquestación en 1900 y poco después Hamelle publicó la partitura, pero finalmente no se pudo realizar el estreno ni entonces ni en los años sucesivos, a pesar de que Elgar puso todo su empeño personal en ello, especialmente en 1924, a raíz de la muerte de Fauré, en cuyo funeral se interpretó la versión para voces y órgano de 1890. Finalmente, el estreno de la versión orquestal tuvo lugar en 1936, dos años después de la muerte de Elgar, en Londres y bajo la dirección de Nadia Boulanger, quien también dirigió el estreno parisino semanas después. Omitiendo aludir al agnosticismo de su maestro, Nadia Boulanger escribió en el programa de mano del estreno: “ningún efecto externo disminuye su gran y, en cierta manera, severa expresión de dolor: ningún tipo de ansiedad o agitación perturba su profunda meditación, ninguna duda empaña su insaciable fe, su dulce confianza, su tierna y tranquila esperanza.” Otro hecho relevante es que Fauré introduce conscientemente cambios tan significativos en la estructura de la Misa de difuntos que hacen imposible el uso litúrgico de su Réquiem. Por ejemplo, tras el Sanctus, Fauré prescinde del preceptivo Benedictus y lo sustituye por el verso Pie Jesu, que en el proyecto original de Fauré debía ser cantado por un niño, lo que motiva un acompañamiento casi desnudo (arpa, órgano y orquesta reducida). Para Fauré tras la muerte sólo cabe el descanso, la placidez, nunca el temor, puesto que consideraba que no hay responsabilidades más allá de la vida, ni nadie que pueda pedirlas. En el Réquiem, las melodías son usadas de forma casi salmódica, la orquesta se integra con las voces en la sobria polifonía modal y -a pesar de la opulenta plantilla instrumental- la orquestación busca la transparencia: el protagonismo de las cuerdas corresponde a las violas, a menudo en divisi, los violines tienen una función meramente ornamental y los violonchelos y contrabajos comparten frecuentemente con el órgano la función de acompañamiento de la polifonía. Tal simplicidad, unida al perfecto equilibrio entre expresión emocional y gracia retórica, además de la embriagante dulzura de la composición, tuvo que resultar forzosamente fascinante para el gusto neoclásico y a nadie puede sorprender la implicación en su recuperación de Nadia Boulanger, la más importante profesora de composición del período de entreguerras, o sea, la época de los neoclasicismos.